Relato corto de amor Sapitientos

Relato corto de amor

Cuento breve de amor para leer online

Los sapitientos, para el que no lo sepa, son ligeras convulsiones que sufren las mujeres gordas en las azoteas de los edificios con piscina, que sólo se quitan si alguien, inmediatamente, las coloca boca abajo, es decir, haciendo el pino.

Esto lo supo en octubre, cuando abrió los ojos en la cama de ella, y ella, que siempre estaba muy pendiente de él, también los abrió al mismo tiempo.

Sapitientos, dijo él; y ella frunció un poco el ceño.

Sapitientos, repitió, y para que no hubiera secretos entre los dos, le explicó el significado de aquella palabra.

La mujer se levantó de la cama medio dormida y salió de la habitación, pero enseguida regresó con un enorme diccionario en la mano. Esa palabra no existe, dijo; y él confesó que la había encontrado en un sueño.

¿Cómo en un sueño?, preguntó ella mordiéndose el labio inferior, como cuando no acertaba a elegir el color de sus calcetines, luego carraspeó un poco y preguntó si quería tostadas para el desayuno.

Él asintió con la cabeza, con la expresión inocente de los que no quieren herir sentimientos.

Ella se lo quedó mirando sin pestañear, Sapitientos, susurró entre dientes, con ese tono que usan las mujeres cuando cogen algo que no les pertenece. Pegó media vuelta y salió de nuevo de la habitación, meneando de lado a lado su desmelenada cabeza.

Era un piso tan pequeño que él pudo escuchar como abría los cajones de la cocina, revolvía entre los cubiertos, ponía a hervir la leche y comentaba en voz alta que, tal vez, aquella extraña palabra, sería buena para bautizar al gato.

Él trató de incorporarse de la cama para atender las demandas de su vejiga, pero, para entonces, ella ya había regresado con una enorme bandeja con patas y se la colocó sobre el vientre.

Del agobio, a él le pareció que los rayos del sol apenas cabían entre las rendijas de la persiana.

Sapitientos, murmuró ella de nuevo sonriente, con una ligera torcedura en la boca mientras giraba la cuchara en la taza de él, como si aquella palabra le perteneciera ya por completo.

Luego ladeó la cabeza y, sin dejar de sonreír, preguntó si quería más azúcar.

Más madalenas.

Más tostadas.

Más leche.

Más…

Sí, interrumpió él, además quiero un poliver.

Ella dejó la bandeja sobre la mesita de noche, apoyó ambas manos sobre la cama y aplastó su nariz contra la de él.

¿Qué es un poliver?

Nada.

¿Qué es?

Nada.

Última oportunidad, amenazó ella, untando su dedo en la mantequilla.

Nada, en serio, es solo otra palabra que encontré en otro sueño.

¿Cuándo?

La semana pasada.

¿Qué significa exactamente?

Nada, en serio, necesito ir al baño, dijo él presionando la entrepierna de su pijama.

Luego tragó saliva, levantó la vista hasta el techo; la lámpara de papel que colgaba de un cable le pareció que temblaba, bajó la cabeza, observó de reojo las pequeñas zapatillas azules sobre la alfombra apretando las piernas y saltó de la cama, casi sin darse cuenta, él no, su cuerpo, y solo después de un rato se reunió consigo mismo frente a la taza del váter, cerró los ojos, aliviado, ese alivio egoísta que les entra a los niños cuando están empezando a ser hombres. Luego vació la cisterna y se vistió a toda prisa para jugar al cachulo en el parque con sus amiguitos.

Tilo Candela


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Relato corto de Tilo Candela, autor de Los Ladrones de Dientes